Hoy toca hablar de un problema que afecta a muchas mujeres, también hombres, pero estadísiticamente más mujeres.

Empecemos por el principio…hablemos de homeostasis.

Todo en nuestro cuerpo tiende a la homeostasis…nuestro cuerpo ante cambios, ya sean externos o internos, siempre va a luchar por mantener todos los sistemas en equilibrio, temperatura, pH, concentraciones…

El nivel de glucosa, por supuesto, no se escapa de la criba. Para que todo esté bien, el organismo necesita que la concentración de glucosa en sangre sea lo más estable posible, de ahí la mala fama de los famosos picos de glucosa.

Para mantener estos niveles en equilibrio tenemos dos hormonas al mando: insulina y glucagón.

Si los niveles de glucosa bajan el glucagón se encarga de aumentar la glucosa en sangre a través de la liberación desde el glucógeno almacenado en los hepatocitos.

Si los niveles de glucosa aumentan la insulina se encarga de disminuir estos niveles almacenando esta glucosa en forma de glucógeno en músculo e hígado y de triglicéridos en el tejido graso.

Además, neurotransmisores como la noradrenalina, la adrenalina o la acetil colina y otras hormonas como la somatostatina, intervienen también en este proceso de regulación de la glucosa, pero para el tema que nos ocupa nos vale con lo anterior.

Así pues, hablemos de insulina.

Los efectos fisiológicos de la insulina son muchos y muy importantes, unos a corto y otros a medio y/o largo plazo, aunque su papel fundamental es hacer que la glucosa entre en las células del hígado, músculo o tejido graso, entre otros, para su utilización como fuente energética (vía oxidativa) o para su almacenaje como glucógeno hepático o muscular.

También es la responsable de la conversión de glucosa en ácidos grasos que se empaquetan como triglicéridos dentro de lipoproteínas que son transportadas por la sangre y se depositan como grasa en el tejido adiposo.

Además, favorece la síntesis y depósito en el tejido adiposo de los lípidos, justo lo opuesto que el glucagón que actúa dirigiendo los ácidos grasos libres hacia la α-oxidación aumentando la lipolisis y el envío de ácidos grasos al hígado.

Como vemos la insulina tiene un papel fundamental en nuestro cuerpo.

Por tanto, llegados a este punto y antes de meternos en materia, como ideas clave destacar que la homeostasis de la glucosa en sangre es fundamental para un buen estado de salud, y que la insulina juega un papel fundamental en el mantenimiento de esta homeostasis a través de la retirada de glucosa de la sangre cuando su nivel en sangre es demasiado alto.

El mecanismo explicado de forma simple es que cuando la glucosa en sangre sube, el páncreas segrega insulina que se une a sus receptores en las células sobre las que actúa y activa una proteína receptora que es la que desencadena los efectos posteriores.

Hasta aquí todo claro, ¿verdad?

Pero entonces, ¿qué es la resistencia a la insulina de la que tanto se habla?

Según la Sociedad Española de Diabetes, la resistencia a la insulina es la disminución de la capacidad de la insulina para ejercer sus acciones biológicas en los tejidos diana típicos como el músculo esquelético, el hígado o el tejido adiposo. Es decir, hablamos de resistencia a la insulina cuando ésta no tiene capacidad suficiente o ha perdido parte de su capacidad para activar estas células sobre las que debería actuar y por tanto desencadenar los efectos posteriores que debería.

El cuerpo al percibir que la insulina no está “funcionando correctamente” segrega más y más hasta conseguir bajar estos niveles dando lugar a una hiperinsulinemia.

Y alguien puede pensar, ok, perfecto, pues se genera más insulina de la que se necesitaría en condiciones normales y listo, problema solucionado, gracias hígado por ser tan efectivo.

Pero no, lo siento, pero no es tan sencillo, porque si no hacemos nada para evitarlo, esta resistencia irá creciendo, la cantidad de insulina necesaria será cada vez mayor a medida que su “efectividad” sea menor, y nuestro pobre hígado estará cada día más y más cansado de esta superproducción, hasta que llegará un punto en que ya no pueda más y diga basta, ese día habremos desarrollado una Diabetes Mellitus tipo II, habiendo pasado previamente por una prediabetes.

Por tanto, nos encontramos con una nueva idea clave, debemos hacer lo posible por evitar desarrollar resistencia a la insulina.

Perfecto, entendido, ¿pero como hemos llegado a esto?, es decir, ¿cuáles son las causas de que aparezca esta resistencia?

Las causas son muchas y muy variadas, normalmente no hay una sola causa, sino un sumatorio, papeletas de lotería que vamos comprando a lo largo de la vida.

Por supuesto hay un componente genético, aunque como veremos, la epigenética pesa mucho más: mala alimentación, sobrepeso u obesidad, sedentarismo, presión arterial alta, poco o mala calidad de descanso, estrés, consumo de ciertos fármacos, exposición a tóxicos, etc.

También hay que decir que con la edad la tolerancia a la glucosa va disminuyendo.

El sexo también influye, siendo las mujeres las que salimos perdiendo en las estadísticas, ¿adivináis por qué?, efectivamente, adiós estrógenos – hola resistencia a la insulina, ¡ay amiga meno!, que malas pasadas nos juegas.

Creo que a estas alturas ya queda bastante claro que el tema es para tomarlo en serio: síndrome metabólico, ateroesclerosis, hipertrigliceridemia, hígado graso no alcohólico, síndrome de ovario poliquístico, inflamación, etc., son algunas de las patologías que pueden aparecer como consecuencia de esta resistencia, además, obviamente de la Diabetes.

Y ahora que hemos encendido la alarma, ¿cómo saber si tenemos resistencia a la insulina?

La resistencia a la insulina no presenta síntomas claros ni concretos, no como la diabetes, pero si estás en un grupo poblacional de factor de riesgo, bien porque tu estilo de vida no es el adecuado o simplemente porque eres mujer y estás en pre o menopausia, no está demás chequearlo.

Por otro lado, debes tener en cuenta que si empezaste un plan de alimentación y/o ejercicio y ves que los efectos no son los esperados, que tu cuerpo se estanca o no responde, es muy probable que la resistencia a la insulina te esté jugando una mala pasada.

Pero para ser más exactas, con un análisis de sangre podemos detectar si sufrimos resistencia a la insulina y en qué grado. Se hace a través del índice de resistencia a la insulina: HOMA-IR (Homeostasis Model Analysis Insulin Resistance).

Este índice es un modelo matemático que usa los valores de glucosa e insulina en sangre en ayunas y a través de una fórmula predice tu sensibilidad a la insulina.

Así pues, para tu próximo análisis de sangre no olvides pedir que te midan además de la glucosa la insulina y te calculen el HOMA-IR.

Otra forma de chequear que todo está bien sería a través la hemoglobina glicosilada (HbA1c), que permite establecer el control de la glucosa en sangre los últimos 2-3 meses.

Los glóbulos rojos que circulan por la sangre contienen una proteína llamada hemoglobina. La glucosa, que también circula por la sangre, se adhiere a la hemoglobina durante un periodo de entre 90 y 120 días, de modo que la prueba de la hemoglobina glicosilada se basa en la medición de la cantidad de glucosa adherida a los glóbulos rojos y su resultado se expresa en porcentaje, que determina el nivel medio de glucemia durante el trimestre anterior a la prueba. Cuanto mayor sea este porcentaje, mayor será el nivel de glucemia: nivel normal (menor al 5,7 %), prediabetes (5,7 – 6,4%) y DMTII (mayor al 6,5%). 

El rango funcional para la HbA1c es entre 4.1 y 5.7 %.

Y ahora que ya estás en condición de saber si sufres resistencia a la insulina, ¿Ya fuiste a medirlo?, ¿Te salió HbA1c por encima de 5,7? ¿Te calcularon el HOMA-IR y superas 1.96?

No sufras, no es tarde, tengo una buena noticia: la resistencia a la insulina es reversible.

Un correcto estilo de vida, sin olvidar ninguno de los cuatro pilares de la salud y la suplementación necesaria, en caso de necesitarse y siempre de manos de un especialista adecuado, te ayudarán a revertir la situación, así que ponte en manos de una buena dietista, y a trabajar duro .

¿Hablamos?

Bibliografía:

  • María Remedios Asensio Nieto, 2017, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Medicina, Influencia de la menopausia en la prevalencia de la resistencia a la insulina en la población urbana de Talavera de la Reina.
  • Freeman AM, Pennings N. Insulin Resistance. 2021 Nov 15. In: StatPearls [Internet]. 
  • Ormazabal, V. et al. Association between insulin resistance and the development of cardiovascular disease. Cardiovascular diabetology, 2018; 17(1), 122. 
  • Sakurai, Y., Kubota, N., Yamauchi, T., & Kadowaki, T. (2021). Role of Insulin Resistance in MAFLD. International journal of molecular sciences,2021;  22(8), 4156.
  • Zafon C. Envejecimiento y resistencia a la insulina. Más allá del síndrome metabólico. Rev Esp Geriatr Gerontol 2007; 42: 302-311.
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