El mundo de las dietas de moda está lleno de gurús y vende humos, esto ya lo sabemos tod@s, tanto profesionales de la nutrición como quienes no lo son.

Entre otros muchos problemas, uno de los más importantes y difíciles de saltar es discernir cuál es una dieta de moda y cuál no, entendiendo como tal aquellas que no cuentan con respaldo científico y no son más que cúmulo de recomendaciones sin sentido que en el mejor de los casos no sirven para nada y en el peor pueden poner en riesgo tu salud.

Mucho se habla de la dieta cetogénica, y, sin embargo, muy poco se hace con un conocimiento profundo de sus bases bioquímicas y metabólicas, así como de sus aplicaciones en salud, lo que a veces acaba resultando en que se meta en un saco que no le corresponde.

La dieta cetogénica NO es una dieta de moda, de hecho, es más antigua que cualquiera que pueda leer este artículo, por mayor que seas.

Ya los antiguos griegos, sin los conocimientos actuales que tenemos de bioquímica y metabolismo, sabían que el ayuno es una buena estrategia para tratar ciertas patologías, ejemplo: tratamiento de la epilepsia. Y es que la dieta cetogénica surge como una dieta que imita al ayuno. Aunque no fue hasta principios de 1900 que se descubrió que los cuerpos cetónicos, producidos tras un período de ayuno, eran los responsables de esta mejoría.

Fue entonces cuando también descubrieron que para producir estos cuerpos cetónicos no sólo el ayuno era el camino, sino que una dieta baja en hidratos, adecuada en proteínas y alta en grasas podía producirlos, era el comienzo de la dieta cetogénica tal y como la conocemos hoy.

En torno a 1970 el Dr. Atkins, basándose en estos descubrimientos, creó su famosa Dieta Atkins, pero por aquellos entonces la demonización de las grasas y el creciente miedo al colesterol nubló el lanzamiento de su libro, que no tuvo mucho éxito al principio.

Y hasta aquí un poco de su historia.

La dieta cetogénica es una herramienta terapéutica que ha demostrado muy buenos resultados en patologías como aquellas englobadas dentro síndrome metabólico (resistencia a la insulina, diabetes tipo 2, hígado graso, obesidad, etc.), SOP (cuando se asocia a resistencia a la insulina), endometriosis, etc.

De hecho, hoy en día, está siendo cada vez más estudiada en el ámbito clínico como coadyuvante de muchas otras enfermedades (entre ellas destacan cáncer y alzhéimer).

Pero dejando a un lado el ámbito clínico, al margen de su uso terapéutica, a la hora de mejorar composición corporal y mejorar indicadores de salud como inflamación o resistencia a la insulina es una gran herramienta, si sabes usarla.

La dieta cetogénica, entre otros beneficios, disminuye el hambre (por la saciedad de la distribución de macronutrientes) y regula el sistema hambre-saciedad, favorece la pérdida de grasa (porque facilita el déficit calórico), te mantiene activo todo el día (al minimizar los picos de glucosa), mejora la calidad del sueño y la claridad mental, reduce la inflamación y el estrés oxidativo (por la producción de menos radicales libres) y promueve la biogénesis mitocondrial, ¿Quién da mas?

Pero ojo, que puedes hacer una dieta cetogénica a base de torreznos, bacon y huevos fritos o puedes hacerla a través de alimentos ricos en ácidos grasos omega 3, verduras y mucha densidad nutricional, y el resultado, obviamente, no será el mismo.

Lo más importante es que si te vas a embarcar, no lo hagas a ciegas, hazlo de la mano de un o una profesional que conozca todas sus luces y sombras y que asegure de tus menús esté repletos de platos cargados de nutrientes, comida real, que minimicen las carencias, aboguen por la máxima variabilidad y no te embauquen con pseudo-recetas de preparaciones cetogénicas a base de edulcorantes, saborizantes y harinas “permitidas”, porque en tal caso, entraras en cetosis, pero no por la puerta correcta.

En NutricioM, conocemos perfectamente la herramienta, sus luces, sus sombras, para quien si y para quien no, cuando sí y cuando no, cómo si y cómo no.

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